Domingo, 13 de abril
Leo a Shakespeare inmediatamente después de escribir. Cuando mi mente está abierta de par en par y al rojo vivo. Es pasmoso. Hasta ahora había ignorado cuán pasmosa es la envergadura de Shakespeare, su velocidad y su capacidad de forjar palabras, de modo que me doy cuenta de que quedo totalmente desplazada y rezagada, después de haber comenzado los dos una carrera, en el mismo punto, cuando veo que gana terreno y hace cosas que yo no podría siquiera imaginar en mi más loco tumulto y presión mentales. Incluso las obras menos conocidas están escritas a una velocidad superior a la del más veloz; y las palabras caen tan deprisa que una apenas tiene tiempo de cogerlas. Fijémonos en lo siguiente. «Upon a gather'd lily almost wither'd.» (No he seleccionado la frase. La he citado al azar.) Evidentemente, la flexibilidad de su mente era tan absoluta que podía expresar todo género de pensamientos; y, con tranquilidad, dejar caer un diluvio de esas olvidadas flores. ¿A santo de qué va a intentar escribir otra persona? Esto no es «escribir», en absoluto. Creo que cabe decir que Shakespeare supera totalmente la literatura, a poco que se piense.