Miércoles, 16 de agosto
Debiera estar leyendo el Ulysses y formulando mis argumentaciones en pro y en contra. Por el momento he leído doscientas páginas, que ni siquiera representan la tercera parte; los dos o tres primeros capítulos, hasta el final de la escena del cementerio, me han divertido, me han estimulado, me han hecho experimentar la sensación de encanto, y me han interesado; luego, he quedado desconcertada, aburrida y desilusionada, por el espectáculo de un asqueroso estudiantillo rascándose el acné. ¡Y pensar que Tom, el gran Tom, considera que esta obra está a la altura de Guerra y Paz! Me parece el libro propio de un analfabeto, un libro carente de desarrollo; la obra de un obrero autodidacta, y todos sabemos cuán lamentables son esas obras, cuán egotistas, cuán insistentes, cuán primarias, crudas y, en última instancia, nauseabundas. Cuando se puede comer carne guisada, ¿a santo de qué comerla cruda? Pero supongo que, cuando uno está anémico, cual es el caso de Tom, la sangre es pura gloria. Como sea que soy bastante normal, pronto estaré preparada para volver a los clásicos. Quizá modifique este parecer más adelante. No quiero apostar aquí mi sagacidad crítica. Clavo un palo en el suelo para marcar la página doscientas. (...)