1928, Sábado, 11 de febrero
Tengo tanto frío que apenas puedo sostener la pluma. Lo huero que es todo, con estas palabras terminé la última anotación; realmente he tenido esta sensación con notable persistencia, o quizás hubiera debido escribir más aquí. Hardy y Meredith conjuntamente han conseguido mandarme a la cama con una sensación de torpeza, y con dolor de cabeza. Ahora conozco muy bien esta sensación que experimento cuando no puedo hilar una frase, y permanezco sentada, murmurando y rebullendo; y nada surge en mi cerebro, que es como una ventana cerrada. Entonces cierro la puerta de mi estudio y me acuesto, tapándome los oídos con goma; y estoy en cama un día o dos. ¡Y cuántas leguas recorro, en este tiempo! Cuántas son las «sensaciones» que recorren mi espina dorsal y atacan directamente mi cabeza, a poco que les dé ocasión; qué exagerado cansancio; qué angustias y desesperaciones; y luego un celestial alivio y el reposo; y después de nuevo la desdicha. Me parece que no ha habido nadie que haya sido tan zarandeado por su propio cuerpo como lo soy yo. Pero esto ya ha terminado, y está archivado...
Por ignoradas razones, sigo trabajando un tanto rutinariamente en el último capítulo de Orlando, que iba a ser el mejor. Siempre, siempre, el último capítulo se me escapa de las manos. Me aburro. Procuro estimularme. Todavía tengo esperanzas de que vuelva a soplar un viento fresco, por lo que no me preocupo gran cosa, aunque hecho en falta la sensación de diversión, que tan tremendamente era en el mes de octubre, noviembre y diciembre. Comienzo a sospechar que el libro sea vacío; y que es quimérico escribir tan intensamente.