Miércoles, 26 de julio
El domingo L. leyó El cuarto de Jacob. Estima que es mi mejor obra. Pero la primera observación que hizo fue que está pasmosamente bien escrito. Discutimos al respecto. Dice que es una obra genial; considera que no se parece a ninguna novela; afirma que los personajes son fastamas; dice que es un libro muy extraño; asegura que carezco de filosofía de la vida; mis personajes son títeres que el destino mueve hacia aquí y hacia allá. No está de acuerdo con que el destino actúe de esta manera. Dice que debo usar mi «método» en uno o dos personajes, la próxima vez; y le pareció un libro muy interesante y hermoso, sin una sola laguna (salvo la fiesta, quizás), y muy comprensible. He quedado con la mente tan afectada que no puedo escribir estas üneas con el rigor formal que merecen; estoy ansiosa y excitada. Pero, en términos generales, me siento complacida. Ninguno de los dos sabe lo que pensará el público. En mi fuero interno, no tengo la menor duda de que he descubierto la manera de comenzar a decir algo (a los cuarenta) con mi propia voz; y esto me interesa de tal manera que creo que puedo seguir adelante sin necesidad de elogios.