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Virginia Woolf
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VIRGINIA WOOLF - UNA TARDE EN BLOOMSBURY / CARME RIERA
Quimera, 57 (1985): 13-21

Itzuli

Entre el 17 de septiembre y el 31 de octubre, la Fundación Caixa de Pensions expuso en sus locales de Barcelona una amplia muestra sobre el ya mítico Grupo de Bloomsbury. Una variada y rica selección de cuadros, fotografías, ediciones originales, objetos y hasta muebles, completada por una documentación casi exhaustiva y por un ciclo de conferencias con la participación de prestigiosos especialistas y la asistencia de Quentin Bell, hicieron de esta exposición uno de los acontecimientos culturales de la rentrée barcelonesa. Como muchos otros habitantes de la futura ciudad olímpica, la escritora CARME RIERA visitó la exposición, narrando aquí sus impresiones de aquella tarde en Bloomsbury.

 

 

UNA TARDE EN BLOOMSBURY
Carme Riera.

Me pregunto si a ellos, los del grupo de Bloomsbury, les hubiera divertido mucho, poco o nada la exposición. Casi todos, en algún momento, minimizaron, cuando no negaron, su Bloomsburianismo porque ésta era una etiqueta con la que desde fuera se les podía catalogar mejor, es decir, hacer más llevadera por conocida, su heterodoxia.

Me pregunto, pues, si a los miembros de la sociedad semisecreta "Los Apóstoles" -Leonard Woolf, Lytton Strachey, Saxon Sydnedy Turner- y a los de la sociedad "Medianoche" - Toby Stephen y Clive Bell- que entraron en contacto en el Trinity College de Oxford a principios de siglo, y dieron origen posteriormente a la tertulia de Bloomsbury, les hubiera hecho gracia ver expuestas sus fotografías, aireadas sus relaciones sentimentales, exhumada su intimidad, para ser presentados ante una caterva de mirones que, en general, apenas si conocen sus obras y mucho menos el espíritu que las impulsó.Me pregunto también si al resto de los bloomsburianos, a Virginia (Stephen) Woolf y a Vanessa (Stephen) Bell, a Desmond MacCarty, a Maynard Keynes, a Roger Fry a a Duncan Grant les hubiera gustado.

Me temo que no demasiado. Posiblemente la señora Bell, además de pintora, excelente fotógrafa, habría protestado por la intromisión de ojos extraños en su álbum de fotos, al que pertenecen algunas de las más sugestivas que, a modo de galería de retratos, nos reciben al entrar, como la de Duncan Grant con niños y gatos.

Aunque quizás a John Maynard Keynes le hubiera divertido ser huésped de honor de una entidad bancaria, precisamente en los locales destinados a su obra social...

Tampoco sé hasta qué punto a Vanessa Bell, a Duncan Grant, pese a ser amantes, a Roger Fry, pese a haber sido amigo íntimo de aquella, les hubiera hecho maldita gracia que los rótulos con que se acompañan sus cuadros y cuya función es indicar autor, título y fecha, estén, a menudo colocados con cierto desaire, lo que se presta a atribuciones erróneas.

Sin embargo, pese a todo, -allanamiento de morada, alevosía...- la exposición me parece de un gran interés didáctico. Da a conocer - aunque sea superficialmente- a ese grupo, o no-grupo, de Bloomsbury que, ante todo, constituye una tertulia de amigos: la que se iniciara el 16 de febrero de 1905 en casa de los cuatro hermanos Stephen (Toby, Adrian, Virginia y Vanessa), en el 46 de Gordon Square de Bloomsbury, zona oeste de Londres - algo así como el ensanche barcelonés -, barrio al que algunos contertulios acabarían por mudarse más tarde.

La amistad, reforzada por una intrincada red de relaciones familiares, es, en consecuencia, el elemento cohesionador del grupo, que rebasa los aspectos vitales para introducirse en los artísticos. El intercambio, la reacción similar ante hechos externos, las afinidades electivas, incluso las sentimentales, se afianzan, sin duda entre los bloomsburianos en los años clave de la juventud, pese a que se puede hablar de varias etapas de Bloomsbury, 1905-1907, 1907-1911, 1911-1917, e incluso del conato de recuperación, a partir de 1920, con la creación del Memoir Club, con el intento de desgranar nostalgias comunes, cuando ya el ocio y el buen humor, elementos imprescindibles en cualquier tertulia de amigos, habían ido perdiéndose, porque esos dos aspectos son casi exclusivamente consustanciales a la juventud.

Una manera común de ver la vida, que la frase del también bloomsburiano periférico E.M. Forster resume bien: "Entre traicionar a un amigo o traicionar a la patria, espero tener el coraje de traicionar a la patria", es, a mi juicio, el rasgo que mejor define la actitud del grupo, que se empeña en no hacer caso de la moral al uso, ni en tomarse en serio el poder y la gloria, pilares que sustentaban en aquellos momentos el Imperio Británico.

El grupo de Bloomsbury- como el grupo de Barcelona de los años cincuenta, con el que, en cierto modo, podría guardar alguna relación- era, por encima de todo, partidario de la felicidad, predicaba el agnosticismo y la tolerancia y se empeñaba en considerar iguales -al menos en el ámbito de la tertulia- a mujeres y  hombres. Y esa manera de ver la vida iba a repercutir, sin duda, en una forma parecida de entender el arte. En pintura, haciendo esfuerzos por introducir a los artistas modernos (Cezanne, Matisse, Gauguin, Van Gogh, Picasso, cuyas obras se ofrecieron por primera vez a los espectadores ingleses en 1910 en la Gratfon Galleries, gracias a los esfuerzos de Roger Fry, organizador de la primera exposición post simbolista.  Los cuadros de Duncan Grant, Vanessa Bell y del propio Roger Fry, que la exposición "El grup de Bloomsbury" presenta, advierten bien a las claras de la influencia que estos artistas ejercieron en la obra de los tres pintores bloomsburianos. En literatura, optando por unas formas innovadoras en las que el fluir de la memoria tiene importancia capital, tal como se evidencia en las obras de Virginia Woolf y de e.M. Foster, y en las que se observa el rechazo del edulcorado sentimentalismo al que había sido algo propensa la literatura inglesa desde Pamela de Richardson hasta la Little Dorritt de Dickens. Los pintores y escritores bloomsburianos se interesaron no sólo por lo que podemos considerar lo estrictamente pictórico o literario, es decir, la creación en su forma más pura, sino también por aquellos aspectos que relacionan la pintura y la literatura con los oficios, con las llamadas artes aplicadas.

No es casual, por tanto, que en 1913 Roger Fry funde un taller de artes decorativas. Omega Workshops, en el que un equipo se dedica al diseño de muebles y objetos domésticos, desde un juego de café a un biombo, pasando por alfombras, tapices, lámparas o telas, de los que la exposición "El grup de Bloomsbury" nos ofrece diversas muestras. En todas domina una obsesión: la pintura, pintura ecléctica en la que se combinan, con evidente sentido del humor, influencias abstractas y figurativas, fauves, cubistas y futuristas. Tampoco puede parecernos nada extraño que en 1917 tanto Virginia Woolf como su marido Leonard están interesados en la compra de una máquina impresora ni que este mismo año funden una editorial. The Hogart Press, en la que enseguida aparece Two Stories de Virginia Woolf y L.S. Woolf, libro ilustrado con grabados de madera de Dora Carrington. The Hogart Press dará a conocer a partir de 1917, en cuidadas ediciones, a los escritores de mayor interés como Katherine Mansfield o T. S. Eliot, así como la traducción de la obra completa de Freud. Bloomsburiano o no, ese singularísimo grupo de amigos, con tendencia a la endogamia, a quienes sus contemporáneos acusaron de haberse encerrado en una torre de marfil nos proponen todavía hoy, creo yo, alternativas válidas no sólo desde el punto de vista literario, en el que, objetivamente, fueron mejores que en el pictórico, sino incluso desde el punto de vista vital, por su sentido del humor, por su iconoclastia, su inconformismo y su propension a desmitificar los valores del sistema.

Igo

Itzuli

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